La caza siempre estuvo considerada privilegio de pudientes y prebostes; ante todo, en esta modalidad que consiste en hacer pasar a las perdices por un lugar determinado, donde anteriormente se habían escondido los tiradores. Por consiguiente, eran los señoritos quienes podían pagar a los ojeadores quienes la mayoría de las veces eran sus criados, que realizaban la tarea del «recanteo».